El lunes me volví a juntar con los amigos de siempre: Francisco y el Loro. Además de Rosario y Andrea que están trabajando por ahí cerca en la zona comercial de San Isidro. Había que vernos las caras de sorpresa de todos porque sin duda que habíamos cambiado. El Gordo estaba mas “gordo”, el “Loro” se había vuelto un” Buey” por el sobrepeso en común, al igual que yo. Ellas no habían sufrido variación alguna, salvo Rosario que seguía igual de “cara pálida” y con unas ojeras que eran también una coincidencia de todos.
La conversación pasó por muchos temas, el trabajo, la gente, alguna que otra anécdota del año pasado, que es de la vida de tal o cual para terminar en la propuesta clásica de “Pancho”: Vamos a otro lado?
Esta vez me pareció decírnoslo con un tono desesperante. Antes era un llamado a algo muy común como irnos al Elos o a cualquier otro hueco de los que hay al frente de la Cato y chupar a nuestras anchas hasta quedarnos con los bolsillos con lo exacto para la combi o taxi de regreso. Ahora, me sonaba a una súplica, a un pedido de desahogo laboral necesario para todos. Pero estábamos misios y encontramos un consuelo, primero yendo a comer a Bembos y terminar en el parque “el Olivar”.
Cuando buscaba como matar el aburrimiento en mi casa, cogía la guía de calles y direcciones y me ponía a buscar las diferentes ubicaciones de avenidas o lugares que me llamaban la atención. O también de las casas de los amigos y familiares a donde había ido y ver el trayecto recorrido. Varias veces fueron simples, otras fueron travesías fatigosas, jodidas. Pero pude llegar al lugar y salir airoso, sabiendo que ahora sabía como llegar. Y como volver. En una de esas” búsquedas” encontré ese parque legendario, que algunos conocidos me comentaban que era un bosque acogedor, verdoso y tranquilo. “Algún día me daré un tiempo y lo visitare.
Pero tiempo era lo que me faltaba, y solo había visto partes de ese parque, cuando pasaba por ahí en taxi, de vuelta a mi primera chamba, a inicios del año pasado. La empresa donde estaba cubría los gastos y como el taxista encontraba una mejor salida “cortando” camino por este bosque, pues lo hacía y me quedaba admirado de ver arboles, pasto, niños jugando, parejas paseando (no coman delante de los pobres no? ). Pero no me bajaba para caminar por él para nada. “Tendré tiempo”, me decía.
Y si que tuve tiempo…
Francisco se me había adelantado y ya había caminado un día por la arboleda que tanto yo codiciaba “latear” y conocer, hasta se había tomado foto con la cámara de su celular. Yo le dije que nunca había visto una especie de ave tan rara en ese lugar y me respondió con una risotada y una devolución de la “chapa”.
Aquel día con mis amigos, recorría el Olivar por primera vez, quedándome con la buena impresión que será aquí donde encontraría respuestas a ciertas dudas y una energía que buscaba hace tiempo. Por ahora ya encontré una respuesta a la pregunta “caleta” que me hizo ese día el gordo, que si llevaría al amor de mi vida a este parque. Si lo haría, sin duda alguna. Pero creo que falta mucho para que eso pase. Lo que es fijo es que ese parque fue testigo de nuestro reencuentro de fraternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario